En mi casa no te aburres, Vol. I

Recuerdo perfectamente el día en que mi madre nos contó a mi hermana Estela y a mí, que íbamos a tener otra hermanita. Nos encontrábamos bajando la Calle Tahona, por el lateral del Hotel Pozuelo, Estela y yo de la mano bajando a saltos, cuando nos dijo:

  • Chicas, tengo que deciros una cosa. Vais a tener una hermanita.

Mi hermana y yo nos volvimos locas de contentas; empezamos a dar gritos y saltos y a achuchar a nuestra madre, que nos decía que no le apretáramos demasiado la barriga. Por aquel entonces yo tenía diez años.

También recuerdo como si fuera ayer, que fui yo quien eligió el nombre de la nueva personita que venía en camino, un día en la puerta de la biblioteca de la plaza del pueblo. Elegí Celia porque en esos momentos estaba enganchadísima a la colección de libros de Elena Fortún. Aunque si hubiera sabido lo que se encaminaba… hubiera elegido algo más acorde.  Lucifer, por ejemplo.

Jajajaja.

En realidad cuenta la leyenda que yo era muchísimo más mala que Celia de bebé, pero, como yo apenas me acuerdo…pues prefiero contaros las historias de mi hermana. Que además aún es pequeña y no le importará que airee sus trapos sucios de cuando era una niña de teta.  Esas historias que tengo frescas en la mente (creo que no las olvidaré jamás) y que ayer hicieron que todo el mundo en los montaditos girara la cabeza para mirarnos a Fer y a mí, porque estábamos montando un escándalo con tanta risa.

Aquí va la historieta número uno, a la que he decidido titular:

«NIÑA, CON LA COMIDA NO SE JUEGA, MEJOR CÁGATE EN LA MESA»

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Sí sí, como lo leéis. Cuando Celia era tan sólo un bebé, yo creo que tendría como mucho dos años, porque fue antes de mudarnos a Villanueva del Pardillo, durante una cena, se subió a la mesa, mientras los demás cenábamos.

La miramos con cara de “qué riquina”, porque claramente estaba reclamando atención, y pensábamos que iba a arrancarse a hacer alguna monería que nos hiciera decirle moñadas.

Qué equivocados estábamos.

Celia se bajó los pantalones, se quitó el pañal, y allí, en frente de mi cara, entre la botella de casera y la ensalada, plantó un truño del tamaño de un cruasán. Y se quedó tan agusto.

Podéis imaginar lo que ocurrió a continuación.

Estela, Marina y yo estallamos en carcajadas, y mis padres se quedaron en shock. Creo no sabían muy bien que hacer. Bueno, no supieron muy bien que hacer hasta que yo, con mi coleta lateral y mis braquets, grité entre carcajadas la nueva palabra que había aprendido esa semana:

  • ¡AAAAAH! ¡MENUDO ZIRULLO!

Entonces mi padre sí supo que hacer. Estallar a carcajadas también porque, por lo visto, no era zirullo, sino zurullo, y aquello le hizo mucha más gracia que que su hija de dos años se hubiera cagado encima del pan.

No sé cómo prosiguió la escena, porque la risa hacía que se me saltaran las lágrimas y Estela y yo no parábamos de darnos golpes la una a la otra señalando la mierda, pero fue algo como que mi madre fue a coger a mi hermana y ésta se tiró de la mesa, no me acuerdo muy bien. Puede que fuera en esa caída libre cuando se dislocó el hombro. ¿O eso fue en otra ocasión? Lo que sé es que fue saltando de aquella mesa.

Y colorín colorado, esta historia se ha acabado, y espero que os haya gustado 😀

Mañana os cuento otra.

PD: no, en mi casa no te aburres.